21 de noviembre: Presentación de la Santísima Virgen María al Templo


Presentación de María en el templo


La pareja virtuosa, Joaquín y Ana, siendo estéril, fue agraciada por Dios con el fruto del vientre: María. Cuando la llevaron al Templo donde iba a residir la niña de tres años, conforme a la promesa que habían dado, Joaquín llamó a unas hebreas vírgenes para que la acompañaran con lámparas. María los adelantó sin ningún temor o vacilación y, al llegar al atrio del Templo, se encontró con Zacarías, el sumo sacerdote, y se aventó a sí misma en sus brazos mientras él decía: “El Señor te glorifica en toda generación, pues he aquí que en ti, Dios revela, en los últimos días, la salvación preparada para su pueblo.” Luego, a diferencia con los hábitos conocidos, el sumo sacerdote introdujo a la niña María en el Santo de los Santos, -parte del Templo inaccesible a ninguno excepto el mismo sumo sacerdote que entraba una vez al año para ofrecer un sacrificio por los pecados del pueblo- Zacarías sentó a María en el tercer escalón del Altar; la Gracia del altísimo descendió sobre ella, así que se paró y empezó a bailar de alegría. Todos los presentes glorificaron a Dios por todo lo que hubo de realizarse en esta niña. Joaquín y Ana regresaron a su casa pero sin la niña. Ella permaneció en el Templo nueve años, asimilando lo celestial, sin preocupación ni pasión; las mismas necesidades de la naturaleza las superó, al igual que todos los deseos materiales, vivió totalmente para Dios, contemplando su hermosura. Con constante oración y vigilia, adquirió la pureza del corazón y se transformó en un espejo que refleja la gloria de Dios; fue adornada con esplendoroso vestido de virtudes como una novia que se prepara a sí misma para recibir al novio celestial, Cristo Dios. Con una mente purificada por el recogimiento y el ayuno, pudo sondear la profundidad de los misterios de las Santas Escrituras y entendió el Plan de Dios para salvar a los hombres; comprendió que todo el pasado tiempo era necesario para que Dios preparase para sí una madre elegida dentro de esta rebelde humanidad. La puso en el Santo de los Santos donde se encontraban los símbolos de las promesas de Dios, y ella descubrió que estas sombras en ella se realizarían. María entró en el Templo, y allá contuvo a Dios; el Templo ya es ella; ella es la Tienda, el Tabernáculo de la Nueva Alianza, la Jarra del Maná celestial, la vara de Aarón y la Tabla de la ley de la Gracia.
Por las intercesiones de la Madre de Dios, oh Señor Jesucristo, Dios nuestro, ten piedad y sálvanos. Amén.
Publicado por Padre Nicolás

ORACIÓN


El coro de los santos ha encontrado la fuente de la vida y la puerta del paraíso. También yo encontraré el camino de la conversión. Yo soy la oveja descarriada. Llámame, Señor, y sálvame.


Oficio de difuntos


Mario, hermano querido, memoria eterna.

EL PECADO COMO DEUDA


La invitación que recibe Jesús para comer en casa del fariseo, le da la oportunidad de encontrarse con dos personas muy diferentes: una que se cree justa y otra que se sabe pecadora. Quien se cree bueno, condena a la pecadora y duda de Jesús. La que se siente en deuda, colma de atenciones a Jesús sin importarle nada más.

Y Jesús responde con una parábola, cuyo significado es fácil de comprender: ama más quien se sabe más perdonado,. El deudor al que se le salda una deuda mayor, es el más agradecido.

En deuda con Dios estamos cuando pecamos, y en deuda con el quedamos cuando somos perdonados. Si hemos pecado, debemos a Dios satisfacción y cuando somos perdonados, vivimos con El en deuda de amor.

El fariseo es figura de aquél que, por creerse bueno, desprecia a todo el que no es como él . Como cree amar a Dios, desprecia a todo el que es diferente.

La mujer, en cambio, es prototipo de todos los que son condenados por lo que hacen o como viven. Ella se sabe deudora de su perdón y eso es lo que verdaderamente importa, ¿de qué va a ser perdonado quien no tiene de que pedir perdón? Jesús nos enseña que no seremos más felices por creernos “buenos” pues sólo el que reconoce su deuda, conocerá la alegría de sentirse perdonado.